¿Quién alguna vez en su vida no ha vivido la indiferencia de una persona por la cual se siente atraído?
Es una de las peores situaciones por las cuales se puede pasar, pues la autoestima sufre una trepidante caída hacia lo más profundo del ser.
Sientes que nada de lo que haces, lo haces bien, y te convences a ti mismo de algo que realmente no eres.
Te preguntas una y otra vez qué hiciste mal, por qué no eres suficiente, por qué su mirada no se detiene en ti como la tuya en él o ella. Buscas señales en su indiferencia, esperas una palabra, un gesto, cualquier indicio de que tu existencia le importe, pero el silencio se vuelve más fuerte que cualquier respuesta.
La indiferencia duele más que la ausencia, porque cuando alguien se va, al menos sabes que ha tomado una decisión, pero cuando alguien sigue presente sin estarlo realmente, el alma se llena de dudas y vacíos. Te aferras a la idea de que tal vez mañana será distinto, que tal vez solo es un mal momento, pero los días pasan y la frialdad sigue intacta.
Entonces, llega el momento en que comprendes que la indiferencia no siempre significa desinterés, a veces es un reflejo de algo que el otro también lleva dentro. Sin embargo, por más que trates de entenderlo, llega el día en que debes tomar una decisión: seguir esperando o soltar.
Soltar no significa perder, sino liberarte del peso de lo que no fluye, de lo que no te hace bien. Es aprender a quererte lo suficiente como para no rogar por migajas de atención. Es entender que mereces a alguien que te vea, que te elija, que no te deje en la incertidumbre.
Porque al final, la peor indiferencia no es la de los demás, sino la que te tienes a ti mismo cuando te aferras a quien no te valora.❤
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